sábado, 12 de noviembre de 2011

ABRE LA BOQUITA...


Hasta ahora, siempre he gozado de una buena dentadura. A mi cada vez más provecta edad, sólo un cuerpo extraño adornaba mi boca: un empaste allá por la década de los ochenta,  y sólo las visitas obligadas al dentista para una limpieza rutinaria cada tanto.

Pero mi dentista, harto supongo de hurgar en caries ajenas desde su más tierna juventud decidió un buen día hacer las maletas y marcharse a conocer mundo con el bolsillo bien forrado por los billetes de los que no gastaron tales en cepillos de dientes. Que se jubiló, vaya.

Como soy bastante perezoso en lo tocante a elegir candidatos/as para cualquier aspecto de mi vida, me decidí por lo fácil: acudir al mismo que mi compañera de piso, y acabé abriendo la boca ante un matrimonio de odontólogos muy “chupis”, argentinos reconvertidos en santanderinos adoptivos de toda la vida, que ya se sabe… consulta en el chalé del Sardinero, revistas de golf en la sala de espera y todo la necesaria parafernalia de aquel que quiera triunfar entre los pudientes de esta nuestra capital de provincias.

El tipo parece bueno, me recomienda unas limpiezas más profundas de las encías para prevenir no se qué enfermedad y uno que es confiado da el OK como solo un caballero puede darlo en estos casos: con la boca llena de babas. Total, que media docena de indoloras visitas después (que toda hay que decirlo) y con un puñado menos de euros en el bolsillo uno ya se encuentra preparado para la tregua cuando, ¡oh sorpresa! escucha estas crueles palabras al otro lado de la mascarilla: “Óscar, se te está partiendo el empaste, conviene quitarlo y poner una funda”.
Veintitantos años más tarde tengo que decir adiós a ese pedazo de masilla que tan buenos momentos  ha compartido con el menda: ¡cuántos solomillos masticando juntos! ¡cuántos tragos compartimos! Algún que otro órgano muscular situado en cavidad de boca ajena, propio de los vertebrados y que sirve para gustación, para deglutir y para modular los sonidos que les son propios le ha acariciado, que uno tiene su pasado… En fin, hasta la vista viejo amigo y demos la bienvenida a la funda, que no es lo que yo pensaba sino que más bien parece una “muela opositora”, la pobre quiere ser funcionaria con su plaza ganada en una cómoda encía. Advierto a mi dentista de un dolorcillo que me ha aparecido desde las últimas visitas en la zona de la manipulación, pero el flamante golfista no parece darle mayor importancia…
Cuatrocientos cincuenta “euretes” después, ya me veo librado de ese cómodo sillón para una temporada y me permito hasta bromear después del sablazo con la similitud entre la consulta del dentista y el parlamento: en ambos lugares acude la gente para abrir la boca y acaban por no decir nada. Mientras la fundita y yo nos vamos haciendo amigos a base de demostrarla lo que la espera (abril ha sido mes de numerosas celebraciones gastronómicas) el dolorcillo acude de cuando en cuando al principio, constante después a mi boca: nuevas visitas al cómodo sillón para llegar a la conclusión de que tengo una gran infección, que al parecer se me debe haber producido sola, porque el del pijama verde no encuentra relación entre sus excavaciones y el molesto percance.
Y esta es la historia de cómo me he quedado sin muela, porque todo ha acabado con antibióticos, radiografías (a buenas horas, joder) y el adiós definitivo a ese pedazo de mi cuerpo en un proceso tan rápido como sorprendente. El caso es que ahora toca poner “un puente” que no se qué coño es, pero a mí me suena de pena, y he tenido que charlar, por una vez en mi vida, muy en serio con el tío este del pijamilla para aclararle varios puntos referentes a mi economía, a la suya y a la del Estado, porque más de setecientos euros después, todavía no he visto una puta factura y ante mi petición el tipo me casca que me tendrá que cobrar el IVA, intento loable por su parte, pero por suerte o por desgracia uno ha tomado ya muchas cañas y hasta el momento nadie ha tenido los cojones de pedirme el IVA después de haberlas pagado.
Aclarado tal punto, con alguna referencia a la ley, a las hojas de reclamaciones que no posee en su monísima clínica (y que le costará, llegado el caso la pertinente multa) y a mi particular opinión sobre los defraudadores de guante blanco (aunque sean éstos de látex teñidos por mi sangre caliente), pasamos a negociar el precio del famoso puente con la advertencia necesaria de que el precio de tal puente será necesariamente compensado por su chapuza con la fundita. Y por si no quedó claro antes, le explico mi experiencia en el azaroso mundo de la licitación de obra pública y le advierto antes de que me presente el presupuesto compensado que este cura se distinguió modestamente durante su trayectoria en Florentino´s Land y sus puentes (los de verdad) por no comerse ni un solo aumento de precio de ningún proveedor de hormigón despierto. Para aclarar posturas, vaya.
De forma que a la espera de tal presupuesto estoy, con la duda trascendental de sí realmente aquel empaste se iba a romper o no. Dudo porque hasta donde llego, este gremio no jura a Hipócrates y siempre he tenido la opinión (ahora es casi una certeza) de que se comportan (algunos) como los del taller del coche cuando lo llevas a cambiar el aceite y lo recuperas con el estibador del spoiler derecho suspendido por la juntilla de la tuerca del hidráulico para evitar la perforación de la tapa del váter, o algo así, basándose en el desconocimiento del paciente, “usuario”, parece que se llama ahora, para trabajar sólo tres días a la semana diez meses al año y encima escamotear facturas a una Hacienda a la que este servidor tendrá que pagar una pasta dentro de un mes y pico. Manda huevos, que dijo Trillo Figueroa.

Al próximo sujeto (o sujeta) que me quiera hurgar en la piñata, le voy a exigir que me deje grabar las actuaciones para despejar dudas, así como las televendedoras de cuchiflitos varios que te dicen que te graban la conversación para mantener la calidad del servicio ¿?

Y ahora, con ese pedacito de mi cuerpo mirándome entristecida desde la cajita en la que amorosamente la he colocado para recordar siempre los buenos tiempos vividos,  tengo que llenar este vacío en mí y someter a las muelas supervivientes a una dura prueba en ausencia de la compañera tan tristemente caída.

La nécora espera.

9 comentarios:

  1. Hombre, no hacen juramento hipocrático pero tendrán un código deontológico, digo yo. Te acompaño en el sentimiento y en lo sucesivo acompáñanos a Jóse y a mí a Francia a nuestro dentista, bueno y barato. Y no juega al golg, es medio melé en un equipo de rugby.

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  2. Joder, ahara igual consigo ganarte con chuletón de kilo... ¿cuando quedamos?

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  3. Oooooooooo, que penita, desdentado....

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  4. Joder fíjate si te entiendo que yo me voy al dentista hasta Colindres porque es el único que ha encontrao honrao...

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  5. ja ja ja ja, las vacas del norte de España, los cerdos salmantinos, los puercos de Portugal, las ocas dordoñesas y los corderos palentinos duermen hoy más tranquilos

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  6. Tened piedad, hay profesiones muy chungas, estos tíos se pasan la vida hurgando en bocas podridas.

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  7. mmmm (como diría Homer), Nécoras... solomillos... chuletones... Creo que tus otras muelas se portarán, aunque si no como dice alguien que yo me sé: no pasa na, ¡a más tocamos! jejeje.

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  8. ¿Y cómo acabó la historia? Ya han pasado meses. ¿Encontraron compañera tus muelas viudas? ¿El Estado multó al embaucador? ¿Le sacaste tajada? Esto es como las series que se quedan a medias, hace falta una nueva temporada.

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  9. SOY TU DENTISTA, TE ESPERO PRONTO: INDEFENSO Y DROGADO.... PREPÁRATE....JEJEJEJEJEJEJ

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