sábado, 12 de noviembre de 2011

No me gusta volar (en avión)


No lo puedo evitar pese a que una de mis canciones predilectas es Learning to fly de Tom Petty, no me gusta volar en avión. Y no es que, como en otros casos de temerosos pasajeros, sufriera en el pasado turbulencias, aterrizajes forzosos o problemas aéreos de diversa índole: la verdad es que todos los pilotos a los que he confiado mi vida se han portado como buenos profesionales y me han depositado en mi destino sano y salvo, sin incidencias desagradables y con todas las piezas del avión en su sitio, o al menos eso creo...

Tampoco es que aquella tristísima canción de Nino Ferrer, La rúa Madureira, me traumatizase, que casi casi, porque mira que es cruel la cancioncita...Simplemente, es que no lo veo natural. Que un cacharro construído por el hombre desafíe la ley de la gravedad transportando en su panza a un puñado de personas no me cabe en la cabeza pese a los cientos de veces que me han explicado mis amigos o familiares (que son dos categorías distintas) todo eso de la seguridad, la física y todas esas sesudas materias.

Como para casi todo, he construído una teoría para explicar las pocas ganas que tengo de subir a los aviones.

Creo que lo que me molesta es razonar sobre la cantidad de gente que interviene en el proceso de un viaje en avión y que no puedo controlar. Estamos dentro de un avión, a merced de los siguientes colectivos, entre otros: pilotos, controladores del aeropuerto de salida, del de llegada y de los de la itinerancia, mecánicos en aeropuertos de salida y llegada, los tíos del coche del FOLLOW ME que no se como se llaman, los del catering, los de las maletas, los policías de los controles de seguridad (y qué controles), operadores de radio, azafatas (y azafatos), etc... por no hablar ya del tío que diseñó el avión y todo el mogollón de gente que intervino en el proceso de construcción de todos esos miles de piezas, además de la pila de funcionarios que seguro intervinieron también en algo.

Dependemos de que toda esta gente no tuviera un mal día en el momento en que pusimos nuestras vidas en sus manos, no estuvieran sufriendo una horrorosa resaca o borrachera (que de todo se ha visto), no estuviesen a punto de someterse a un tacto rectal (o a un ERE, que es lo mismo) o no les hubiera dejado su pareja entre otras miles de circunstancias que pueden hacer que un ser humano tenga un momento de descuido en su trabajo.

De forma que cuando me toca subir a un aparato de estos, porque una cosa es tenerle respeto a la cosa y otra diferente es desaprovechar las oportunidades que esa cosa ofrece, procuro recordar a aquella azafata (perdón, quise decir auxiliar de vuelo femenina) del vuelo que me llevó a las frías tierras de Escandinavia: cuerpo escándalosamente hermoso, ojos negros, sonrisa perfecta y voz cálida. Mientras me ponía la cervecita, me preguntó que por qué estaba tan serio. "Me da miedito" dije con más o menos sincera inocencia, esperando que al viajar sólo me hiciera compañía en aquel asiento de la primera fila. "Usted no despegue los ojos de mí", me dijo la uniformada venus, "si me ve nerviosa, póngase usted nervioso, y si no... a disfrutar de las vistas", me dijo, eso sí, señalando la ventana para no dar lugar a equívoco.

Y vaya si dió lugar a equívoco, aún hoy en el avión me amarro el cinturón diabólico ese del asiento, cierro los ojos y recuerdo a Elsa, se llama (fijarse en el tiempo verbal)  igual que la canción de los tiempos estudiantiles, esperando que su voz cálida me vuelva a ofrecer otro zumo de cebada mientras ruego que todos aquellos que tuvieron un día  algo que ver en mi vuelo, gozaran ese día de una magnífica y feliz  jornada

4 comentarios:

  1. jajajajajajaj ¡A mi tampoco, salvo que te toque una azafata como aquella!

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  2. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡ELSA???!!!!!! ¿La de la fiesta de Nochevieja del 2000? Tiene que ser la misma... QUE CAAAAAAAAAAAAAAAAAABRITO!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! ROBERTO FLIPANDO

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  3. Pero no es la de la foto que a la de verdad la conozco

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  4. Pone a la de verdad y la despiden a ña pobre (por mal gusto, digo)

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