sábado, 12 de noviembre de 2011

La obsolescencia programada: de la obligación a la seducción

¿Cuántas veces hemos escuchado “sale más barato comprar uno nuevo que arreglarlo”? Baterías agotadas a los pocos meses de la compra, impresoras bloqueadas al alcanzar un número predeterminado de impresiones, bombillas fundidas a las mil horas... ¿Por qué, pese a los avances tecnológicos, los productos duran cada vez menos?


En el cuartel de bomberos de Livermore  (California) encontramos la bombilla más antigua del mundo, que lleva encendida sin interrupción desde 1901, y se ha convertido en un fenómeno mediático ya que está en internet 24 horas al día y de momento ha terminado ya con dos webcams. El filamento fue inventado para durar, la meta de los fabricantes era una larga vida para sus bombillas: en 1881 la primera bombilla duraba 1500 horas. En 1911 se anunciaban bombillas con una duración certificada de 2500 horas pero en 1924 los principales fabricantes pactaron limitar técnicamente su vida útil a 1000. El cártel que firmó este pacto, llamado Phoebus, oficialmente nunca existió pero hoy sabemos gracias a las investigaciones del historiador alemán Helmut Höege que empresas como Philips u Osram presionaron al resto de fabricantes con un sistema de multas para cumplir esta nueva norma. En las décadas siguientes pese a que se patentaron bombillas con una duración de hasta 100.000 horas, nunca llegaron a comercializarse.

La obsolescencia programada había nacido en realidad con la producción en masa y la sociedad de consumo: un artículo que se no se gastara se consideraba una tragedia para los negocios. Con la producción en masa bajaron los precios de los productos y los ciudadanos empezaron a consumir por diversión y no por necesidad produciendo una aceleración de la economía. En 1929 con la crisis de Wall Street se inició una grave recesión que frenó el consumo y una nueva propuesta apareció para reactivar la economía: Bernard London sugirió hacer obligatoria la obsolescencia programada consiguiendo que siempre hubiera mercado, producción, consumo y trabajo para todos. Su idea paso inadvertida y la obsolescencia obligatoria nunca se llegó a poner en práctica… de manera legal.

En los primeros años 40, las medias de nylon de Dupont consiguieron una larga durabilidad gracias a los trabajos de investigación de sus laboratorios, pero al darse cuenta de que tal avance frenaría las ventas, se obligó a dar marcha atrás para hacer más frágil el compuesto y favorecer de esa manera el consumo: los mismos químicos que consiguieron un hilo eterno, trabajaron para reducir la vida de su invento. Tal circunstancia se citaría incluso años después en la película de Guinnes El hombre de blanco y se refleja en la Muerte de un viajante de Miller.

Ya en la década de los cincuenta, la obsolescencia programada daría un giro radical: no se trataba de obligar al consumidor sino de seducirle a través del diseño y el marketing para la compra y lograr la libertad y la felicidad a través del consumo ilimitado: la sociedad estadounidense de la posguerra sentó las bases de la sociedad de consumo actual.

La sociedad reacciona ante la obsolescencia programada

Pero hoy en día, algunos consumidores han hecho frente a la obsolescencia programada gracias en buena medida al fenómeno Internet: en 2003 y gracias al video web de un video artista, la empresa Apple recibe una demanda colectiva por culpa de la baja caducidad de la batería irreemplazable de sus iPod. Medio siglo después del “cártel de las bombillas”, la obsolescencia programada llegaba a los tribunales por culpa de unas baterías defectuosas que la empresa se negaba a reponer obligando a los consumidores a comprar de nuevo el producto completo. Tras meses de negociaciones se creó un servicio de recambios y se prolongó la garantía del producto, además de que los querellantes recibieran una compensación económica por las molestias causadas.

Otra de las consecuencias de la reducción de la vida útil de los objetos gracias a la cultura del “usar y tirar” es la titánica generación de residuos que provoca la sociedad de consumo. Quienes más sufren este problema con el flujo de deshechos son los habitantes del llamado Tercer Mundo, pese a la prohibición internacional los residuos electrónicos se declaran productos de segunda mano con la coartada de reducir la brecha digital con los países desarrollados y acaban desperdigados sin tratamiento alguno por los campos de África, convertida así en el vertedero electrónico del Primer Mundo. 

Esta situación ha llamado la atención a ciudadanos de todo el mundo siguiendo la teoría de algunos críticos que consideran este sistema como no sostenible habida cuenta de los recursos limitados de un planeta finito. Se empiezan a crear redes de ayuda para compartir experiencias y conocimientos posicionándose frente a la obsolescencia programada a través de un ideario revolucionario. Proponen imitar el ciclo de la naturaleza para reducir la huella ecológica del despilfarro a través de la utilización de productos biodegradables y los más extremistas abogan por replantear todo el sistema económico para abandonar la sociedad de crecimiento, acabar con la sobreproducción y el sobreconsumo y liberar tiempo para desarrollar otras formas de riqueza. Para sus detractores, esto significaría volver a la Edad de Piedra.

De un modo más práctico y sobre todo en lo referente a productos electrónicos, diversos tutoriales orientan al consumidor al modo “hágalo usted mismo”. Uno de los ejemplos más comunes es el fallo inesperado de nuestra impresora. Al llevarla al fabricante o al servicio técnico, lo más común es que nos recomienden adquirir una nueva ya que el precio de la reparación es mayor al de una nueva compra. Sin embargo, en la fabricación de algunos modelos los ingenieros incluyeron un chip a modo de contador para que una vez llegados a un determinado número de impresiones la impresora deje de funcionar y si uno mismo  es capaz de desbloquearlo, o de investigar a través de foros, blogs etc. para aprender a hacerlo, habremos combatido a la obsolescencia programada y aumentaremos el número de páginas a imprimir y el tiempo de vida de nuestra impresora… al menos hasta que se acabe la tinta.


8 comentarios:

  1. La junta de la trócola si que se jode con facilidad... Mikel

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  2. Cuéntaselo a mi nevera. Que avería.

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  3. Pero sin ello se detendría la fabricación y de perdería empleo... ¿no ha quedado claro?

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  4. Insisto en lo de arriba: me das miedo

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  5. Diseñados para fAllar.... casi casi....

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  6. Buen resumen basado en el docu del otro día de Publi Marketing ¿no? Laura

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  7. ... y esto no lo arreglaba ni Rajoy

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  8. ¡SÍ! VÍ ESE REPORTAJE EN LA DOS!!! (YA VEO QUE NO ESTOY SOLA EN EL MUNDO) SUPER INTERESANTE GRACIAS POR LA ENTRADA

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